martes, 23 de junio de 2009

Leyendas de Frutillar

Este Blog tiene como objetivo difundir nuestra riqueza local a través de las historias que se han traspasado en el tiempo, de generación en generación, de nuestros abuelos y bisabuelos, por ejemplo. Espero que esto se siga haciendo, porque así podremos conservar nuestra memoria e identidad.
El simple hecho de narrar un cuento ya sea un relato real o de ficción cobra fuerza a través del tiempo.

Los cuentos por lo general han sido traspasados por nuestros antepasados de generación en generación dando paso así y convirtiéndolas en leyendas, sobre todo de origen popular de nuestra gente.

Estos cuentos siempre están rodeados de gran imaginación, sabiduría, superstición, brujerías, hechizos, entierros, tesoros ocultos y acompañados de un encantamiento para quienes los escuchan.

Estas leyendas contribuyen a nuestra riqueza folclórica local y a darles un significado a nuestros orígenes, costumbres y tradiciones...

lunes, 22 de junio de 2009

El Árbol Callejero

Frutillar alto en sus inicios era una aldea muy pequeña con calles largas y monótonas con tres a cuatro casas por cuadra, a partir de la inauguración del ferrocarril y de la actividad industrial y del desarrollo de la actividad diaria, poco a poco se fue poblando, pero las calles estaban muy tristes y solitarias, desprovistas de vida silvestre y de la verde belleza de los árboles. Un día, unos hombres de ideas de corazón, amantes de la naturaleza y del medio ambiente, acordaron una tarde después de una larga conversación plantar árboles en todas las calles del pueblo, con lo cual las grises y tristes calles se poblaron de verdes árboles y es aquí donde comienza mi vida de pueblo, ahora tú te preguntarás quién soy yo, que digo estas cosas: después de que te diga mi nombre te darás cuenta lo que yo represento para tu pueblo. Yo soy el árbol callejero: el que trata de ser tu amigo, el que no huye de ti, el que no te ofende ni te molesta; el que en silencio derrama sombras en verano en esos días de sofocante sol; el que con su paraguas verdes ramas te ampara en los días de lluvia, el que cuida el medio ambiente de tu calle cuando la brisa murmulla moviendo las verdes teclas de mis rama. Sabes, amiguito: yo soy la tribuna, soy el altar donde los pájaros cantan sus dulces trinos; soy la almohada donde descansan los agobiados caminantes acurrucados bajo la frescura de mis sombras. En primavera con mis flores perfumo las calles de tu pueblo, yo soy el árbol callejero, yo vivo en el frente de tu casa, soy hijo del bosque nativo que cada día se extingue en las fauces del progreso y de la irresponsabilidad de algunos hombres.
Quiero ser parte de este pueblo, tú con tus sueños yo con mi presencia en las hermosas calles de tu pueblo.
Gracias por haberme escuchado con tu sabia paciencia, se despide de ti, un árbol callejero.

El Bosque de Eucaliptos

Nuestros padres se fueron de viaje por unos días, en el tren de las nueve de la mañana con rumbo al norte, y nos dejaron en casa de la abuela. Para nosotros fue una alegría desbordante, ya que teníamos la oportunidad de que la abuela nos contara algunos de sus pintorescos relatos de misterios o cuentos que quedaron gravados en nuestra alma de niño. Antes de irnos a dormir, en torno al encendido brasero, la abuela con su bondadosa calma y con su tejido a crochet y su infaltable mate de porcelana y esa bombilla de plata con palomitas en relieve pegadas al metal como si quisieran volar (tejer y tomar mate de leche con aromáticas hojitas de menta fresca del huerto era una ceremonia), entonces, fue que nos contó una historia sucedida, de cuando en vez y de vez en cuando, como acostumbraban a decir la gente por esos años…
Decían que en el bosque de los eucaliptos camino a frutillar bajo, siempre se veían jugar a tres duendecillos de puntiagudos gorros vistiendo de llamativos colores, ellos de divertían juntando hojas de eucaliptos y ramilletes de blancas margaritas que tapizaban en primavera y verano los campos de Frutillar. No seria raro ver estos seres pequeños ya que por esos días era común contar historias de duendecillos. Lo misterioso de esto es que los que bajaban caminando nunca vieron estos juguetones duendes y sólo los podían ver los pasajeros que bajaban en la góndola que hacía el recorrido de la estación de ferrocarriles a Frutillar bajo por la mañana y por las tarde.
Decían que quienes lograban ver a los duendecillos juguetones de los eucaliptos eran favorecidos con un año de prosperidad y felicidad.
La abuela decía que nunca los vio, sólo escucho estas historias.

El Jinete Silbador

En invierno siempre íbamos a la casa de la abuela a pasar el fin de semana, y a saborear las ricas sopaipillas que ella nos hacia.
Siempre cuando la visitábamos nos mostraba su fresca sonrisa nos decía: estas sopaipillas están hechas por manos de una monja, contagiándonos a todos con su sonrisa.
Como ya he contado, llegada la noche nos reuníamos en torno al chispeante brasero para escuchar los cuentos de la abuela o vivencias de algún lugareño, siempre estaban revestidas de misterios inexpiables, ya que la gente era muy supersticiosa y contaban que después de media noche cuando la oscuridad era absoluta una o dos veces al año pasaba un jinete silbador, montando su negro caballo con dirección a Frutillar Bajo, dejando tras de si su silbido melancólico mezclado con el acompasado trote de su cabalgadura, perdiéndose a lo lejos en las oscuras sombras de la noche.
Por ese motivo lo llamaban el jinete silbador, si alguien salía a mirar al camino sólo lograba ver una sombra tragada por la noche y escuchaba el silbido triste y melancólico y el rítmico golpear en las piedras del camino de un caballo alejándose.
Contaban los habitantes más antiguos que el jinete silbador era el alma en pena de un joven colono que murió de una rápida y extraña enfermedad en plena juventud de su vida. Cuentan que este joven acostumbraba a visitar a su hermosa novia, que vivía en frutillar bajo se le veía pasar por las tardes montando su negro, reluciente y brioso caballo.
Dicen que si alguien después de media noche escucha el silbido triste y melancólico de una canción de amor, y el trote de un caballo perdiéndose en la distancia del camino es el jinete silbador que va a visitar a su novia a orillas del Lago Llanquihue en Frutillar bajo.
También, dicen que en las noches estrelladas de verano el silbido susurrante de la brisa, y el murmullo acompasado de las olas, es el coloquio de amor del jinete silbador por su hermosa novia, en un eterno romance de sublime amor.

El Bosque Encantado o Monte del Burro

En Frutillar Alto existió un hermoso bosque, en las alturas de las lomas donde hoy esta ubicada la copa de agua potable de Essal.
Contaban los más antiguos parroquianos que a ese bosque lo llamaban el Monte Del Burro. Se decía por esos tiempos que en medio de su espesura había un claro donde existían tres extrañas piedras: la primera en forma le luna; la segunda con forma de sol, y la tercera era igual a una estrella. Estas piedras tenían como guardianes gigantescos árboles del bosque, que en noches de luna resplandecían con extraordinarios destellos, ante ésto, la primera piedra fulguraba como una inmensa joya de plata; la segunda piedra brillaba en grandes estallidos dorados semejantes a un sol de oro; y la tercera piedra resplandecía como una inmensa estrella de diamantes con los inquietos colores del arco iris. Contaban también los abuelos de nuestros abuelos, que en noches sin luna se podían observar en la punta de estos gigantescos árboles, el reflejo de luces como inmensas linternas iluminando el cielo de la noche.
Decían que cuando algunos valientes que se atrevieron a visitar el bosque en noches de luna llena, sobre esas rocas luminosas se sentaban tres hermosas mujeres a escobillarse y peinarse el cabello, cada una rodeada de sus también hermosas doncellas, adornadas con flores de relucientes colores, degustando los más exquisitos manjares.
Un día, talaron el bosque y desaparecieron los árboles, las piedras también se esfumaron en los misterios del tiempo. Y aquellos hombres que se atrevieron a espiar a estas mujeres, como castigo se quedaron solterones para siempre y los que eran casados antes del año se separaron de sus esposas o quedaron viudos…

El Entierro

La noche caía lentamente con tenues burbujas de sombras, como gigantescas telas de araña tejidas desde lo alto del cielo; como un gran manto la noche iba arropando con su silencio las casas de madera de ventanales iluminados y las largas calles del pueblo, como son los inviernos en frutillar. Como en esas tardes, nos reunimos con la abuela en torno al chispeante brasero para escuchar sus cuentos.
Dijo, que lo que nos contó, lo vivió su abuelo cuando ella aún no nacía, y eran historias de entierros y de cántaros llenos de monedas de oro y de plata, que según decían estaban enterrados en los alrededores de Frutillar.
Mi abuela asegura que por los años 1930, su abuelo y su compadre habrían visto arder un entierro a orillas del monte, justo en un árbol de espino. Aquellas llamas subían como finas lenguas anaranjadas con resplandores azulosos como si brotaran de las raíces del árbol en la oscuridad de la noche.
Cuando ellos llegaron al lugar de los resplandores pudieron ver como si alguien hubiera encendido un brasero al pie del espino. Ese día era la noche de San Juan, es cuando los tesoros ocultos bajo tierra arden por algunos segundos, por lo que sin darle paso a la duda, dejaron en el lugar un sombrero como señal y volvieron a sus casas a buscar las herramientas necesarias para desenterrar, según ellos, el cántaro de la fortuna.
Al volver esa noche al lugar de los resplandores, la oscuridad era absoluta, sólo una llama blanca y brillante de una lámpara de carburo proyectaba una susurrante y débil luz donde estaba el sombrero. Cuando estaban a medio cavar comenzó a soplar un viento norte, que en cosas de segundos se transformo en un estruendoso temporal como si el monte se viniera abajo y un tropel de mil demonios se les viniera encima. Compadre, no les haga caso son puras visiones, son los espíritus que cuidan el entierro, y en ese preciso instante apareció desde la oscuridad un furioso toro con los ojos luminosos como dos brazas encendidas. En ese tenebroso momento uno de ellos se santiguo, diciendo: Dios y la santísima virgen nos ampare y como arte de magia la excavación se lleno de agua y barro.
Cuentan que al otro día paso por ese lugar un campesino con un piño de animales, encontrando un cántaro medio desenterrar.
Contaba la abuela que años más tarde el campesino, se había transformado en un millonario hacendado en la zona central del país.
La abuela terminó diciendo: hijos, la suerte no es para el que la busca, si no para el que se tropieza con ella……

Los Duendes del Monte


Recuerdo que en las vacaciones de verano, cuando Frutillar Alto era solo una aldea muy pequeña, nos quedábamos con la abuela toda la temporada en su linda y acogedora casa, eran inolvidables días de playa y paseos al campo.
Los cuentos, anécdotas y chascarros que la abuela nos contaba con tanta aguda gracia en esas noches estrelladas de verano, junto al resplandeciente brasero y al infaltable gato Sebastián siempre acurrucado a los pies de la abuela, se quedaron para siempre imborrables en la memoria…
En una de esas tantas noches, nos contó una anécdota que le toco vivir junto a sus dos hermanos un día que ellos fueron a recoger moras orillas de lo que en esos años llamaban los Frutillarinos el monte de picota.
Los leñadores contaban que en ese monte habitaban seres extraños que no eran de este mundo. Seres pequeños y juguetones y que algunas veces a los leñadores los desviaban de los caminos, los confundían por horas en el interior del monte. Una vez un leñador habría salido muy temprano a buscar leña para el almuerzo, cuando volvió se dio cuenta que había regresado un día después: él indagó, preguntó a los ancianos del pueblo, al cura, al señor alcalde, no logro ninguna explicación, sólo le dijeron: una mentira de esas no te la cree nadie y quedó como el mentiroso del pueblo. Sus amigos le decían: Pancho, cuando vayas al monte invéntate otra mentira.
Y como contaba mi abuela, estaba recogiendo moras con sus hermanos y de pronto desde las profundidades del monte, surgió una alegre música que acusaba que una gran fiesta que se estaba celebrando, cuando regresamos al pueblo no le contamos a nadie los que nos sucedió para no quedar como mentirosos del pueblo, igual como le paso a Pancho.